La tendencia de los espacios de trabajo compartidos ha crecido en la última década, en gran medida porque la generación millennial prefiere espacios humanizados donde más que ser un número más eres un miembro de una comunidad con cosas en común.
Esta es la filosofía detrás de WeWork, los espacios de trabajo colaborativos que buscan responder a las necesidades de empresas de distintos tamaños y giros.
Si bien el boom de los espacios colaborativos se suele atribuir a la generación millennial, éstos tienen su origen en el siglo XX, cuando el arquitecto Frank Lloyd Wright fue comisionado con el edificio Larkin en Búfalo, Nueva York. Su propuesta –un edificio de cinco pisos y ladrillo rojo- se hizo popular por sus múltiples innovaciones, entre las que destacaban el aire acondicionado, el uso de materiales para absorber sonido, el mobiliario empotrado y su propuesta de colocar a los empleados en filas de escritores largos, y a los supervisores en oficinas privadas alrededor de ellos.
El fin de acomodar así a los empleados era elevar el sentido de pertenencia con la empresa, y la productividad se fomentaba con frases motivacionales pegadas o dibujadas en las paredes del edificio. Con el tiempo, el modelo se replicó en otras partes del mundo, pero no fue hasta la década de los sesenta, cuando el grupo alemán de diseñadores Quickborner implementó una nueva propuesta de diseño de oficinas en la cual las filas largas de escritorios fueron fragmentadas en espacios de trabajo más compactos con pequeñas divisiones entre sí para dar más privacidad a los empleados. Lo que los alemanes buscaban era imitar el flujo natural de la interacción social entre personas. A este movimiento se le llamó Bürolandshaft u “oficina paisaje”.
Años más tarde, Herman Miller, junto con su departamento de investigación, ideó el primer cubículo modular de oficina, que no solo les ahorraba espacio, sino que podían acomodar a más empleados en un mismo lugar. Sin embargo, esta libertad provocó que las compañías rebasaran el cupo del espacio, y el concepto original se perdió. Además, los empleados comenzaron a sentir los efectos de trabajar con poca luz de sol en medio de un mar de paredes, por lo que tras el fracaso de este modelo, a finales de los ochenta y principios de los noventa, se comenzó a implementar en oficinas de Estados Unidos un concepto llamado hot desking, inspirado en el hot-ranking, término usado para cuando los marines del ejército estadounidense compartían las literas por turnos. Esto les permitía a los trabajadores compartir un mismo espacio, según su disponibilidad y conveniencia, lo cual fue la solución ideal para freelancers y personas sin oficina fija. Con el tiempo, los hot desks adquirieron popularidad por su capacidad para ahorrar hasta un 50% en espacio, y reducir costos considerablemente para los usuarios, ya que solo rentaban el espacio necesario por un tiempo determinado.
Actualmente, la tendencia es espacios de trabajo colaborativo es una mezcla del concepto de Wright con la propuesta Bürolandshaft y los hot desks para dar lugar a la oficina moderna, buscando que ésta responda a las necesidades de un mundo más conectado y más móvil. Así, los espacios de trabajo dejan de ser estructuras rígidas para transformarse en lugares que responden al auge de profesiones freelance, la formación de equipos remotos y la resistencia de la generación millennial a las estructuras con cubículos.