El Edificio Balmori es uno de los emblemas arquitectónicos más discretos y, a la vez, más entrañables de la Colonia Roma. Construido en los años veinte, este edificio art déco con matices neoclásicos ha sido testigo de la transformación de un barrio que, desde sus orígenes, fue concebido como la síntesis del progreso y la vida moderna de la Ciudad de México. Con sus balcones de herrería ornamental, sus molduras originales y sus proporciones elegantes, el Balmori conserva el encanto de una época en la que la arquitectura aspiraba a ser tanto un hogar como una obra de arte.
La Roma, por su parte, es hoy un punto de encuentro entre lo histórico y lo contemporáneo. Sus calles arboladas, cafés y galerías reflejan la vitalidad de una comunidad creativa que ha sabido reinventarse sin perder su esencia. En medio de ese tejido urbano, Lucio Muniain, arquitecto, pintor y músico, ha hecho del Balmori su escenario cotidiano, un refugio que no solo habita, sino que transforma.
Una casa como lienzo
Para Muniain, vivir en el Balmori es un acto de creación constante. No conduce automóvil; su vida se desarrolla a pie, dentro y alrededor de la Roma, donde la cercanía se convierte en una extensión natural de su ritmo de trabajo. Su casa no es solo un espacio doméstico: es un gran lienzo en blanco sobre el cual ha ido dejando huellas de su identidad y de su oficio.
Cada muro, cada repisa y cada objeto narran una historia. Las paredes están cubiertas de arte, dibujos, bocetos, piezas propias y ajenas, que dialogan con libreros repletos de volúmenes de arquitectura, pintura y teoría. En un rincón, su contrabajo descansa junto a una silla tapizada en piel moteada; en otro, una mesa de trabajo se extiende entre pinceles, maquetas, papeles y pigmentos. La casa entera vibra con la energía de un estudio vivo, donde el pensamiento y la emoción se confunden.
Rutinas que construyen vida
Sus días están marcados por la música, la lectura y el diseño. Entre el amanecer y la tarde, el arquitecto alterna el dibujo con la composición musical, a veces improvisando en el contrabajo, otras trazando líneas sobre papel. Su escritorio, cubierto de libros, notas y herramientas, no es un espacio de orden, sino de intensidad creativa.
Las reuniones con colegas, amigos y estudiantes ocurren con frecuencia: conversaciones largas, a veces filosóficas, otras técnicas, siempre rodeadas de cuadros, planos y libros que actúan como testigos silenciosos. En su universo, el arte y la arquitectura no se separan, se funden.
Muniain ha dicho que la única tarea del arquitecto es emocionar. Esa premisa parece estar encarnada en su manera de vivir: en la calidez de la luz que entra por las ventanas, en el olor de los materiales, en la presencia constante de la historia y el arte. Su casa es una extensión de su pensamiento; no busca la perfección del objeto terminado, sino la belleza de lo que está siempre en proceso.
Una vida entre libros, arte y memoria
El Balmori, con su elegancia contenida, parece hecho a la medida de su habitante. Sus muros gruesos y su estructura centenaria resguardan una vida que se despliega entre disciplinas. Arquitecto por vocación, músico por pasión y pintor por necesidad expresiva, Lucio Muniain ha construido en este espacio una biografía tangible.
Habitar el Balmori no es solo ocupar un espacio; es participar de una historia, añadir una capa más a su memoria. En su interior, los ecos del pasado se mezclan con la música de las cuerdas, el trazo del lápiz y el olor de la tinta fresca. Es ahí donde la arquitectura deja de ser oficio para convertirse en forma de vida.
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