Si bien México puede presumir con mucho orgullo a nivel internacional su patrimonio histórico, desde los referentes a periodos de influencia prehispánica y sobre todo a ese patrimonio del virreinato, sus políticas para la conservación de estas edificaciones no han sido implementadas de la mejor manera, salvo algunas ciudades entre las que destaca la capital y algunas otras de la región central. Es en este contexto que surge El Recinto.
Asimismo, dentro de la región del Bajío, existen ciudades en las que aún es posible encontrar vestigios de los grandes centros urbanos que formaron esta región. Sin embargo, durante el siglo pasado, el rápido crecimiento de la industria y la modernización trajo como consecuencia descuidos en el desarrollo urbano y despojo del patrimonio construido, perdiendo irremediablemente propiedades invaluables bajo el pretexto del progreso.
Sin embargo, como se mencionó anteriormente, no todo se resume en pérdida, pues a pesar de que San Miguel de Allende no es una ciudad tan importante en su industria o política, sí sienta un precedente muy importante para todas ellas en cuanto a la valoración de sus respetos patrimoniales. Y es gracias a proyectos como “El Recinto” que está tomando una notable relevancia en los últimos años.
El Recinto: respeto por los vestigios históricos
Este proyecto, desarrollado por Mario Herrera Holgado, más allá de rescatar vestigios históricos es valioso en su voluntad de respetar el contexto urbano en el que se ubica formando un conjunto urbano armonioso con sus vecinos a pesar de ser tan audaz en la propuesta, ya que mantiene una planta baja tan abierto, lo que le permite ser más flexible en su uso, no provoca discordancias con sus vecinos, al contrario, por su materialidad y modulación de vanos y macizos refuerza su relación con las fachadas cercanas.
Este proyecto, por su uso y aforo limitado, unido a su proporción de espacios privados frente a los de uso colectivo, mantiene un ambiente que destaca por su privacidad y calidez. Asimismo, sus espacios exteriores, correctamente proporcionados a la altura de los volúmenes construidos que dejan caer su sombra para protegerlos del agresivo sol de la región, presumen ser el lugar indicado para descansar después de recorrer las calles o una tarde calurosa.
Los espacios colectivos se sienten como espacios domésticos, que evocan un sentimiento de mayor familiaridad y por lo tanto construye una comunidad entre sus residentes. Los espacios privados no son radicalmente diferentes, pues si bien logra a la perfección el digno recuerdo de una habitación, también vive de buena manera lo que sucede en las áreas exteriores a través de sus ventanas y balcones.
Este alojamiento, por la proporción de los espacios colectivos con los de uso privado, ofrece una nueva hospitalidad que nos permite vivir el destino en primera persona, lo más cercano a la experiencia real de los habitantes, en el que nos sentimos más cercanos a los vecinos de el barrio que los turistas.
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