Por GLOCAL
La carrera profesional de Piero Lissoni inició en 1984 cuando comenzó a trabajar como Director de Arte y Diseñador para Boffi, proyectando baños y cocinas. Unos años más tarde se asocia con Nicoletta Canesi y crean Lissoni Associates. Desde entonces su trabajo como diseñador ha resultado innovador e influyente para tres generaciones de diseñadores.
Cuando hablamos con Piero de todas las facetas de arquitectura y diseño, ya sea de interiores, industrial o gráfico, nos surgió la duda de dónde se sentía más cómodo, nos sorprendió con su respuesta acerca de que no sentía cómo en ninguna de ellas; cuándo quisimos saber la razón nos respondió: “porque soy esquizofrénico” y sonrió con astucia.
“Digamos que sí… soy perfeccionista. Siempre que empiezo un proyecto, voy a asegurarme de que todo quede libre de errores, que nada esté mal. En lo que toca a la gente con la que colaboro, no hago amigos porque, hay que recordar que al final, el cliente es eso: un cliente. Siempre trato de ser muy claro al respecto. Ellos pueden portarse como amigos, pero no lo son. Por fortuna, esta actitud ayuda a que cuando comienza el intercambio de criterios sobre lo hay que modificar, transformar o sustituir durante el desarrollo del proyecto, y cada vez es más y más, resulta más fácil verlos con su rol de clientes y poder decirles: basta. Y lo mismo pasa con ellos, te pueden decir: ya no lo toques, ya no remodeles, no lo rediseñes; basta, es suficiente”.
Lissoni está consciente de que cuando habla desde este punto de vista, que él llama ‘esquizofrénico’, deja confundidas a muchas personas, pero señala que todo obedece a una muy buena razón. “El punto de vista esquizofrénico, es muy buena oportunidad para ser humanista. En una cultura humanista, la esquizofrenia resulta un don: en una cultura así, no necesitas ser ingeniero, o ser diseñador o ser artista; en una cultura humanista tienes que ser carpintero, arquitecto, trabajador, escultor, poeta, doctor, científico… todos juntos forman al individuo, entre todos hacen al artista. Por esa razón yo trato de ser diseñador gráfico, diseñador industrial, arquitecto, fotógrafo… como fotógrafo no soy muy bueno, pero trato”, Piero nos dice entre risas.
Una de las capacidades más sorprendentes del trabajo de Lissoni es su capacidad de adaptarse a las diferentes escalas en las que debe desarrollar su proyecto porque lo mismo va por un edificio, que desarrolla un sofá, que construye un ropero y su personalidad se ve plasmada en cada uno de los proyectos que elabora.
“Bien, hace muchos, muchos años, en Alemania fundaron las escuela de la Bauhaus y Walter Gropius la ideó para que, justamente, pudiera trabajarse en cualquier escala y resultara una solución eficiente. Muy acorde con la idiosincrasia alemana. Muy preciso, muy rígido, muy germano el concepto. Mas algunos años más tarde, se dieron cuenta que no era del todo posible hacerlo si se seguían los cánones tan estrictos con los que se formuló. A finales de los 40 y durante los 50, en Italia el arquitecto Ernesto Nathan Rogers fundó Casabella, la revista de arquitectura más importante del país y luego de Europa y más tarde del mundo. Bien, pues en su primer número dejó clara la idea de que es posible diseñar desde una cuchara hasta un rascacielos y, para él era viable hacerlo. Nuestro secreto, como italianos, es que… desde el principio fuimos una cultura humanista. Y este humanismo significa que podemos utilizar muchas proporciones distintas, muchos medios diferentes. Es posible controlar o adaptar la proporción de un mural… o de un edificio de gran altitud”.
Con respecto de esta premisa crítica, le pedimos a Piero que nos diera una serie de consejos para los jóvenes y su respuesta fue la siguiente: “¿Quieren la respuesta directa o prefieren la diplomática?” Por supuesto, en representación de todos nuestros lectores, colegas, maestros y estudiantes, respondimos que lo directo.
“Muy bien. Porque no me fío jamás de quienes emplean o prefieren la diplomacia. Lo que he visto que se ha hecho hasta ahora es inútil. Completamente inútil. ¿Por qué? Porque me doy cuenta de que rápidamente han logrado un nivel muy alto, elevadísimo de calidad. Eso queda patente cuando te acercas y tocas las piezas. Su excelente calidad es similar a la destinada a países europeos. Lo que ves aquí no se parece en nada a los productos destinados para los estados sureños de Estados Unidos, los cuales están hecho de una manera horrible… ¡son del tercer mundo! Pero eso me lleva a evaluarlos pensado en términos de diseño y el diseño no es estilo. El diseño es una amalgama de sensibilidades. Para lograr esta conjunción de sensibilidades con la gente, vas directo a los artesanos de Chiapas. Ellos son maestros, no necesitan a estudiantes con sus Macs para diseñar una… estúpida… silla. Pensar que eso es lo que hay que hacer, es tener la idea completamente equivocada. Lo primero que hay que hacer es ir allá, con muchísima humildad, y aprender cómo es que ellos descubrieron como hacer algo que llevan haciendo y perfeccionando desde hace miles de años. Y cuando vas con tu Mac y diseñas una silla y copias un atributo que viste ahí y lo copias y lo copias para cada variación de silla que se te ocurre… ¡eres un idiota! Quedas en lo superficial. Si operas de esta manera, te estás perdiendo de esta increíble manera aprender. Los alfareros de Oaxaca, desde hace siglos hicieron piezas para los reyes de todo el mundo y llegas como estudiante a hacer una cuchara con elementos ‘regionales’ descontextualizados y después das copy/paste… no estás aportando nada. Se tiene que adquirir ese conocimiento, entender el proceso, lograr esa sensibilidad especial y respetarla. De lo contrario, no creces, haces las cosas al estilo del consumismo insulso. Me parece que es momento de comenzar a refinar iniciativas y cambiar varios paradigmas y mi consejo es… que sean mexicanos. Orgullosos, inteligentes y mexicanos”.