La gran variedad de especies de maíz que existen en México no tiene igual. Por cientos, quizás miles de años, el maíz ha representado la base de la pirámide alimenticia de la cultura mexicana. Hasta hace unos años, existía una diversidad enorme de especies de este grano; un símbolo del progreso de la agricultura en las civilizaciones mesoamericanas, quienes domesticaron el maíz y lo sometieron a un proceso de reproducción selectiva que permitió tener las semillas más aptas para las condiciones de la tierra de este país.

Infortunadamente, con el crecimiento desmedido de la industrial alimentaria, muchos de los vegetales y granos endémicos disminuyeron o desparecieron por completo de las tierras. Aún más preocupante, el ingreso de semillas transgénicas orilló a comunidades enteras de agricultores a optar por medios más eficientes -pero no más sanos- para cosechar granos genéticamente modificados y con una cantidad absurda de pesticidas y agroquímicos, lo que dejo poco espacio para la conservación de estos alimentos milenarios. Partiendo de este concepto surge Totomoxtle.
Totomoxtle surge como un nuevo material que aprovecha el amplio espectro de colores que ofrecen las hojas de maíz, con las cuales, luego de un detallado proceso, se crean pequeñas piezas cortadas a mano o con láser que se ensamblan de tal manera que dan vida a bellas piezas de marquetería para muebles o superficies interiores.

El proyecto ha sido desarrollado por el diseñador mexicano Fernando Laposse y el CIMMYT, en asociación con la comunidad de Tonahuixtla, un pequeño pueblo de agricultores y pastores mixtecos en una zona remota del estado de Puebla, al suroeste de México, quienes han visto amenazado su estilo de vida tradicional por los cambios en la economía global fuera de control.
“Lo que el proyecto trata de hacer es visualizar la diversidad del maíz que se tiene en México”, comenta Fernando, “pero el proyecto en realidad va más allá de eso”. Totomoxtle se enfoca en generar prácticas agrícolas tradicionales que proporcionen ingresos a los agricultores y conserven la biodiversidad para la seguridad alimentaria futura.

Este proyecto impacta de múltiples maneras. En una comunidad con formas de vida tan arraigadas, Totomoxtle brinda a las mujeres -tradicionalmente dedicadas a las labores del hogar- una oportunidad para colaborar con los ingresos económicos de su familia. Además de crear grupos de agricultores con un ingreso fijo que pueden dedicarse a la cosecha del maíz de forma permanente.

La colaboración con el CIMMYT, el mayor banco de germosplasma y semillas de maíz del mundo, ha permitido reintroducir nuevas semillas -perdidas con los años- al área. El banco proporcionó semillas resguardadas en una cámara especial que, luego de dos años de esfuerzos, permitieron que seis especies de maíz nativo estuviesen de vuelta en las tierras de Tonahuixtla.
“La cosecha se divide en dos partes, una es la de temporal, en julio -que aprovecha las estaciones de lluvia- y la de riego que se siembra en enero y se cosecha dos veces al año. Es impresionante lo que se hace con las hojas; son materiales que normalmente se utilizan para tamales o para alimentos del ganado […] somos 11 personas trabajando con Fernando y recibimos una capacitación para entrar al proyecto. Las mazorcas se cosechan completas, después, con un bisturí se corta cada una de las hojas para que queden intactas y ya seleccionadas se trabaja con ellas”, comenta Nicolás Guadalupe Reyes Peralta, miembro de la comunidad de Tonahuixtla y del grupo que trabaja al lado de Fernando Laposse. Luego de la recolección de la materia prima, esta se pela cuidadosamente, se lava, se plancha y se pega sobre un soporte de papel o textil, con un adhesivo especial, “trabajamos de la mano de Fernando, quien nos facilita el trabajo y podemos pensar en más personas que se puedan sumar a este proyecto”, agrega Nicolás.

“Las personas quizás se preguntarán: ¿Por qué debería preocuparme por lo que pasa en esa pequeña comunidad y el maíz nativo? Y la respuesta es: Todos deberíamos preocuparnos por ello. Sí hay un punto en que los insecticidas químicos no puedan lidiar con una plaga en particular o si hay un gran cambio climático podríamos perder todos nuestros alimentos. El que exista una gran diversidad de plantas significa seguridad alimenticia, pues si una planta no lo logra, siempre tendremos una reserva”, finaliza Fernando Laposse.














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