Aunque las piñas michoacanas no son una artesanía milenaria –ya que su origen se remonta a la primera mitad del siglo XX–, para José Bañuelos sus formas representaban más que una estética o un uso como objeto doméstico, para él se ha convertido en la posibilidad infinita de reproducción en piezas de diseño contemporáneo que también, le han permitido experimentar en técnicas de horneado de barro y cerámica, así como de la transformación material de la forma primigenia, a otras más abstractas como murales formados por decenas de mosaicos que representan las formas del fruto.
Sobre sus procesos y el amor que encontró a las piezas michoacanas, comenta: «Cuando empecé a convivir con las comunidades en Michoacán, conocí no solo sus procesos artesanales, sino la manera en que vivían y producían no solamente sus objetos de uso diario, sino sus propios alimentos. Bien dicen que ‘donde crece un aguacate, crece cualquier cosa’ y de verdad, aprendí muy bien el trabajo que la tierra representa para ellos y de ahí aprendí también que, si el barro produce la dureza necesaria para crear tabiques con los que se construye, sus posibilidades en cuestión de artesanía y resistencia pueden ser sorprendentes. Parte de esa experiencia ha generado que desarrollemos piezas a distintas temperaturas de cocción, lo que lleva a que cada pieza obtenga un carácter y personalidad únicos».
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