“Lo quiero, pero no lo necesito” el pensamiento se cruza por mi cabeza mientras borro todos los mails que me bombardean con las ofertas de mitad de temporada. Y aunque seguramente mi cartera me agradecería ignorar todo esto, no puedo evitar pensar que comprarme una chamarra para remplazar la que tengo desde hace más de cinco años no estaría nada mal. En menos de veinte minutos está hecho: el paquete llegará a mi domicilio en tres días hábiles. Inmediatamente me invade un extraño sentimiento de culpa que no tiene nada que ver con el dinero que me gasté. “Igual y puedo seguir usando la chamarra vieja que tengo, aunque ya está medio rota”, “producir esa chamarra utilizó más recursos de los que debería”, “¿sí sabes que la industria de la moda es de las que más contamina?”, “¿cuánto dinero habrá ganado la persona en esa maquila?”.

No es la primera vez que me pasa, y seguramente no soy la única que piensa esto cuando compra algo en una época donde no pasa ni un día sin que leamos sobre el inminente fin del mundo y de cómo las grandes corporaciones son las responsables de todo esto. Hoy en día la idea de consumo es un tema extremadamente complicado. Por un lado, tenemos a los fervientes creyentes de que las industrias de consumo son el mismísimo demonio creado por la mercadotecnia, y que todos ellos son los responsables de convertir a la sociedad en robots consumistas sin alma, esclavos de sus propios deseos. Muy a la Tyler Durden en Fight Club. En el otro extremo están los que creen en la libertad sobre todas las cosas. Bajo esta idea los ciudadanos deben de tener el derecho a seguir sus preferencias y tomar sus propias decisiones, sin una autoridad moral diciéndoles si está bien o mal. Consumismo contra libertad de consumir.
El deseo por lo material no es un invento de la modernidad, desde el inicio de los tiempos los seres humanos hemos consumido cosas. En el plano de lo individual nuestras cosas sirven para cubrir una necesidad, pero también para expresarnos a través de ellas, como yo con mi chamarra, esencialmente la necesito para resguardarme del frío, pero la quiero negra y con cierres plateados porque va mejor con el resto de mi guardarropa, bien podría envolverme en un pedazo de tela, pero eso no habla mucho sobre quién es Mariana. Y como sociedad sabemos que las practicas de consumo, compra y venta han sido puntos clave para el desarrollo de las culturas modernas, no es solo un tema de acumulación de bienes. Pero si bien estas prácticas pueden ser cultivadas o ignoradas, durante los últimos 500 años estos deseos han experimentado un crecimiento exponencial, que nos lleva de vuelta a la pregunta de si está bien o mal.
El bien y el mal es un tema demasiado complejo para siquiera intentar abordarlo, pero en el entendimiento de que nada es absoluto y las ideologías cambian a través del tiempo y las sociedades, hay que entender que la realidad material cambia con estas ideas. Es decir, si hoy la sociedad decide que usar zapatos es moralmente incorrecto, sea por la razón que sea, en poco tiempo todos estaríamos descalzos por ahí, y las empresas que producen zapatos tendrían que buscar algo más que hacer. Suena absurdo, pero el poder de un juicio moral ejercido por una sociedad entera es muy poderoso, ¿cuándo fue la ultima vez que vieron a alguien pedir un popote sin recibir una mirada despectiva de alguien a su alrededor?
Y no quiero decir que cuidar el medio ambiente y los océanos no sea importante, al contrario, me alegra que estos temas sean relevantes y estén en la conversación, pero ningún extremo es sostenible a largo plazo. Por un lado, inclinarnos hacia las practicas desenfrenadas de adquisición de bienes no va a terminar bien, solo falta mirar a nuestro alrededor para confirmarlo: contaminación al por mayor, cadenas de producción que no son éticas, sobreexplotación de los recursos naturales y humanos. Pero irnos al otro extremo tampoco parece buena idea, como individuos sería prácticamente imposible convivir en una sociedad como la nuestra sin nos negáramos a consumir cualquier tipo de bien (hola comuna en medio de la nada) y si como sociedad dejáramos de consumir bienes sin duda una crisis económica nos explota en la cara en dos segundos.
Querer y consumir cosas no es malo, hacerlo irresponsablemente sí. Las prácticas que implementamos en nuestra vida deben de responder a nuestra realidad, y la realidad ahora es que el tiempo se nos acaba, y si no cambiamos nuestros hábitos de consumo, no habrá mucho que consumir en el futuro. ¿Podemos como sociedad movernos hacia practicas de consumo responsable? En una sociedad bajo un sistema de capitalismo desenfrenado, consumir responsablemente casi siempre es un lujo que pocos podemos costear, y no es culpa de nadie en específico, es el sistema.
Es absurdo creer que una madre de familia que sostiene económicamente un hogar y trabaja todo el día ganando el salario mínimo tenga el tiempo, o el interés, de buscar proveedores de alimentos sin conservadores y que aseguren una producción justa para los involucrados, que seguramente serán un poco más caros que algún enlatado. Si no están en el supermercado cerca de su casa y no entra en su presupuesto, lo más probable es que nunca los compre, y punto. ¿Está mal? Para la realidad en la que vive, no creo. ¿Y yo qué estoy haciendo? Rara vez trabajo más de las 8 horas y no mantengo un hogar con salario mínimo. Si tengo la posibilidad de hacer las cosas diferentes, es mi responsabilidad hacerlo, aunque sea un poco más incómodo mi día a día.
“Tu pedido va en camino” aparece una notificación en la pantalla de mi celular, de vuelta a donde empezamos. Definitivamente no me voy a atormentar por comprar una chamarra, no se trata de eso, es encontrar el equilibrio y tomar las decisiones que tengamos que tomar en la realidad que estamos viviendo.

Edición 77 | Especial: Salone del Mobile Milano 2024


