La escena nos resulta muy familiar a todos. Sentados frente a nuestra computadora, libro o escritorio anhelando el momento de iluminación, casi divina, a altas horas de la noche o después de una jornada completa de trabajo. Ahí estamos, intentando resolver un problema que parece no tener salida. A veces la solución creativa parece evadirnos sin importar cuántos baños tomemos o tazas de café nos sirvamos. Pero otras, pareciera que los planetas se alinean, y llega el momento en que como Arquímedes queremos saltar de alegría por las calles de Siracusa, o en mi caso las de la Ciudad de México, para celebrar el momento de iluminación que por fin llegó.
¿Pero es realmente un momento de iluminación espontánea? ¿Así? ¿De la nada? Poco probable. El cerebro es misterioso y poderoso por igual, en especial cuando tu conocimiento sobre él es de un ciudadano promedio y no el de un neurólogo, pero hace algunos meses escuché una frase atribuida a Alvar Aalto, el legendario arquitecto finlandés, sobre cómo nacen las ideas. La analogía va algo así: “Tal vez (las ideas) son, por ejemplo, como un salmón o una trucha. Estos peces, cuando nacieron eran diminutos y ni siquiera nacieron cerca del mar o en el agua donde normalmente habita. Nacen a cientos de millas de distancia de sus hogares, donde los ríos se reducen a pequeños arroyos. De la misma forma que toma tiempo para que se conviertan en una pez completamente desarrollado, necesitamos tiempo para todo lo que se desarrolla y se cristaliza en nuestro mundo de ideas.”
Es probable entonces que esa grandiosa y original idea, que tuviste esta mañana mientras saliste a correr, llevaba ya un tiempo viviendo en tu mente, y no fue únicamente resultado de la desvelada que te diste ayer. Tu cerebro estuvo absorbiendo información y trabajando sobre eso durante un tiempo, y sin que te percataras, transformó un pequeño pececito que vivía en un arroyo, en un gran salmón, en una idea completamente formada.
Y aunque nuestro cerebro hace la mayor parte del trabajo sin que nosotros sepamos muy bien el cómo, seguramente podemos hacer algo para ayudarlo. ¿Cómo alimentamos a ese pequeño pez en nuestra cabeza? ¿Cómo le ayudamos a ir de ese pequeño riachuelo al océano? Pues dándole lo mismo que a cualquier cosa que quieres ver crecer, nutrientes. De igual forma que no le das chatarra a tu cuerpo, no se la des a tu mente. Consumir contenido variado y de calidad es, en mi experiencia, la mejor manera de tener buenas ideas. Si vas a buscar información relacionada a un proyecto, asegúrate de que sea la mejor que puedas encontrar, y no solo referencias de imágenes Pinterest o el primer hit del buscador. Busca fuentes de información confiables y personas relevantes que hablen de tu tema, y aunque el internet es un gran lugar lleno de útil información, a veces puede ser abrumador, no descartes la posibilidad comenzar por una visita a la sección de diseño en la biblioteca de tu escuela. Los libros no son tan anticuados como parecen.
¿Y en el día a día también debes de consumir solo diseño? Claro que no, que aburrido sería todo. Lee libros de ficción, ve series de comedia, escucha música de todo tipo, rodéate de personas que no se dediquen únicamente al diseño. Abre los ojos a lo que te rodea, nunca sabes dónde puede nacer una gran idea.
Crédito a quien lo merece. Hay que ser cuidadosos de no confundir inspiración con copia, en especial en el universo de las industrias creativas, y aunque todo lo que entra en nuestra cabeza termina afectando nuestras creaciones, hay que desarrollar nuestra propia voz y fortalecer nuestra capacidad de síntesis que nos va a permitir crear un proyecto con un impacto real, que entiende la información y le da una salida nueva y diferente a la existente. Y aunque nadie es dueño de una figura o un material, tenemos que ser cuidadosos y conscientes de cómo los implementamos. Nadie va a inventar el hilo negro a estas alturas.