Entrevista: Greta Arcila y Martha Lydia Anaya | Retratos: Gabriel González | Fotografías: TEN Arquitectos
Por unos momentos, interrumpimos su rutina de trabajar rodeado de una vista maravillosa en su departamento de la colonia Condesa en la ciudad de México. A unos minutos de ese espacio que disfruta al máximo, en el que se inspira y también acostumbra resolver asuntos personales durante los ratos en que no está de viaje o dando clases, el arquitecto Enrique Norten nos abrió las puertas de su despacho. Su amena charla inicia con una frase tan verdadera como contundente: “Imposible saber hacia dónde te van a llevar los diferentes caminos. Cuando fundamos TEN Arquitectos, en 1986, era un pequeño proyecto del que no sabíamos qué iba a pasar”.
¿Qué movía al joven e inquieto Enrique Norten?
Una gran pasión por la arquitectura y un enorme entusiasmo de lograr cosas. Todo era incierto, pero nada es imposible. A veces pienso que son actos de enorme irresponsabilidad porque cuando uno es joven y tiene muchas ganas de hacer cosas, es difícil valorar los riesgos y uno ‘se avienta’ a las oportunidades. Hoy, me siento muy contento de todo lo que hemos pasado durante todo este tiempo. Ha sido una gran aventura llena de satisfacciones, de la cual me siento muy orgulloso.
En aquellos años, los profesores de las escuelas de arquitectura describían al equipo de Enrique Norten como parte de un movimiento que, en ese momento, rompía un poco con el monumentalismo y ciertos paradigmas que guiaban la forma de hacer arquitectura en México.
¿Realmente así se veían o sólo se dejaron llevar por ese pensamiento?
Creo que fue un poco de todo . Ahora que lo veo en retrospectiva, pienso que lo que sucedió fue que el equipo comenzó en una etapa en la que el panorama estaba cambiando de una manera muy importante. Era imposible predecir, pero lo que sí estaba muy claro era que México estaba dejando de ser ese país cerrado, ensimismado y separado del mundo, y empezaba abrirse al mundo. El panorama de la arquitectura estaba dominado por los grandes maestros, quienes dejaban muy pocos espacios para otras propuestas. En una reacción evidente, casi como un acto de rebeldía –muy similar al que tienen los hijos con sus padres de querer encontrar la expresión a su capacidad y conocer sus propios límites–, nuestro despacho se fue desarrollando de una forma, casi intuitiva. De pronto, ya había salido a estudiar al extranjero y me estaba dando cuenta de un sinnúmero de cosas que estaban cambiando.
La arquitectura que se estaba haciendo en esa época representaba mucho de lo que era México con sus valores culturales, pero no reflejaba lo que empezaba a cambiar. Nos tocó vivir en un México diferente, no es que fuéramos los grandes descubridores sino que simplemente estábamos proponiendo trabajar con una arquitectura más amplia y que nos permitía dialogar ojo a ojo–cara a cara con todo mundo. Eso fue lo que, sin darnos mucha cuenta, nos fue abriendo ciertos caminos, los cuales decidimos explorar y empujar. En esta gran apertura que se estaba dando, existía una gran necesidad de ser parte de un discurso en el que México se visualizaba ‘más allá” de sus fronteras geográficas y que requería de una arquitectura distinta.
La apertura de la oficina de Nueva York se dio catorce años después, en el año 2000, cuando tenías unos cuarenta años, pero ya te respaldaba una plataforma de conocimiento y experiencia muy vasta.
Sin quererlo ya llevaba construyendo una posición y un nombre en Estados Unidos, que empezó a través de la academia. Por eso, cuando formamos la oficina de Nueva York tampoco fue de un día para otro, ni de repente; ya nos soportaba todo un trabajo detrás que me había permitido crear un grupo de gente alrededor mío, una especie de equipo ‘no formalizado’ al cual después se le fue dando una estructura legal y financiera para hacer trabajo internacional, luego de las primeras oportunidades en ese país.
El equipo era pequeño, apenas con 5 o 6 personas pero muy pronto, empezó a crecer porque tuvimos la suerte de ser bien recibidos y los proyectos hablaron por sí solos de nuestro trabajo. Ahora somos una oficina de más de 30 personas y estamos muy ocupado tanto allá como acá en México, donde nunca hemos dejado de trabajar. Mi compromiso con México es enorme.
Tus proyectos tienen distintas tipologías de arquitectura: museos, hoteles, bibliotecas, escuelas… Por ejemplo, el hotel Habita Polanco (2009) –el primer hotel de diseño contemporáneo en la ciudad de México– rompió esquemas en cuanto a los hoteles.
Para mí, la arquitectura siempre es una investigación. Me molesta la especialización y los encajonamientos, lo que me estimula es seguir transformando. Cuando alguien se dedica a un tipo de arquitectura, termina volviéndose ‘formulaico’ y los clientes te contratan porque creen que ya tienes la fórmula establecida para construir algo. ¡Eso es terriblemente aburrido! Quizá para un médico hacer una misma operación varias veces al día, sea sinónimo de una gran experiencia, pero a un arquitecto le quita posibilidades de experimentar y encontrar otros caminos. Obvio no elijo todo de los proyectos que nos presentan. Siempre busco cosas distintas y me da mucho gusto cuando tenemos la oportunidad de trabajar con nuevos programas.
Cada proyecto tiene su propio cúmulo de información y es absolutamente rico por las ‘capas transparentes’ que lo conforman. Estas capas se refieren al momento histórico en el que son planeados e incluso a las condiciones del lugar, de las comunidades donde van a estar asentados y a la coyuntura económica y social. Cuando se van sumando todas esas ‘capas’, el resultado es un proyecto único y diferente. Sin embargo, para llevarlos a cabo con éxito se requiere de un equipo multidisciplinario.
¿Cómo describirías tu proceso creativo?
Creo que el trabajo del arquitecto es muy parecido al que hacen los directores de cine o una orquesta. Evidentemente, uno tiene una visión, pero necesitas tener información de mucha gente, y eso es fundamental. Eso es lo que hago con mis contrapartes de proyectos y negocios: allegarnos de gente estupenda. A mí, me encanta trabajar con personas de distintos perfiles y de todos aprendo muchísimo; al final del día, es lo que nos va a permitir crear grandes proyectos.
En esta lista de grandes proyectos no puede pasar desapercibida la escuela de diseño Centro –inspirada en el Art Center College of Design, comúnmente llamado Art Center, de Pasadena en California–, un inmueble que empecé a visualizar con mi gran amiga, Gina Diez Barroso, durante un desayuno informal en el que desde un principio nos propusimos el objetivo de construir una escuela de diseño a la altura de medirse con las mejores del mundo. Investigamos, viajamos por muchos países y nos entrevistamos con mucha gente con la idea de conocer las mejores escuelas de diseño. Aprendimos mucho y fue un trabajo de muchos años, que hoy nos llena de satisfacciones inmensas. Incluso me tocó diseñar el edificio y me involucré tanto con el proyecto que me opuse rotundamente cuando el plan original proponía una ubicación en un terreno de la colonia Bosques de las Lomas. Por fortuna, tuvimos la suerte de encontrar un lugar frente al Bosque de Chapultepec, que es la misma cara que tiene Polanco con vistas maravillosas, dentro de una comunidad con un potencial de desarrollo importante. Estoy seguro que, poco a poco, Centro va a ser un detonador de una gran parte de la ciudad de México y va a empezar a haber otro tipo de desarrollos en la zona.
¿Qué otros proyectos relevantes engloban el concepto de la gran tarea arquitectónica de ‘hacer ciudad’?
El parque de La Mantarraya, en Puebla, que se distingue por sus superficies onduladas y el Museo Amparo, en esa misma ciudad. Ambos, además de que son grandes trabajos, me han dado la oportunidad de inventar algo nuevo y de descubrir caminos que se van convirtiendo en oportunidades.