Con los titulares de los periódicos cada día más cercanos a títulos de películas apocalípticas y el bombardeo de información sobre cómo estamos cada vez más cerca del punto sin retorno, cuánto y qué consumimos se vuelve una de las preguntas más urgentes de nuestro tiempo. Una cuestión complicada.
Nuestro deseo por las cosas materiales no es nada nuevo. Desde el inicio de los tiempos, los humanos hemos hecho hasta lo imposible para conseguir los objetos que deseamos, ya sea recorrer miles de kilómetros a través del oriente para conseguir la mejor seda posible durante el siglo I a.C. o pagar extra por un envío desde otro país, el deseo por poseer objetos siempre ha estado ahí, lo que sin duda alguna ha cambiado es la velocidad a la que consumimos y desechamos estos objetos de deseo.
No hay una fecha exacta de cuándo es que en realidad comenzamos con la práctica del consumo desenfrenado o si es que alguna vez no existió, pero en The Affluent Society Jonhn K. Galbraith nos presenta la idea de que una sociedad especialmente peligrosa surge en la época posterior a la segunda guerra mundial. Una vez que el mundo estaba (relativamente) en paz, la capacidad productiva que se había desarrollado durante la guerra quedó completamente desaprovechada, y no se veía satisfecha por los deseos de las personas, por lo que hubo que crear nuevas “necesidades”. Lo que vino después ya lo conocemos: productos que creíamos no necesitar hasta que los tuvimos, nuevas tecnologías que cambian año con año y objetos que se vuelven obsoletos al paso de una temporada.
Y no estoy diciendo que querer objetos sea malo, ese es un tema mucho más complicado en el que debatiríamos sobre el consumo éticamente correcto -si es que eso siquiera existe- y la libertad del individuo por tomar sus propias decisiones sin que una autoridad moral le imponga un “bien” o “mal”. Más bien me interesa pensar en qué opciones tenemos como consumidores y diseñadores para atacar este problema que más allá de lo bueno y lo malo está teniendo consecuencias tangibles en la vida de todos.
Con la contaminación a tope en la capital del país e incendios arrasando los bosques en todo el territorio muchos de nosotros sentimos algo así como una advertencia, un llamado a abrir los ojos y buscamos qué podíamos hacer para ayudar. Que si moverte en bicicleta, que si no comer carne, que si no usar bolsa de plástico al supermercado, que si nada importa porque solo son un puñado de compañías son las que decidirán el destino del medio ambiente del mundo. Abrumador. Darse un respiro ayuda a empezar a pensar, paso a paso, en acciones que podemos tomar.
Como diseñadora industrial tal vez estoy un poco más informada que el promedio sobre los procesos que se necesitaron para que podemos comprar algo en una tienda: materiales, energía, transporte. Una locura. Está claro que nunca vamos a dejar de consumir objetos, pero es necesario volvernos conscientes del tipo de cosas que consumimos. El plástico por sí solo no es malo, lo que no entiendo es cómo llegamos a pensar que hacer cosas desechables de un material que nunca se destruye es buena idea. Comprar unos jeans tampoco está mal, lo que tal vez deberíamos hacer es pensar en todos los litros de agua que consume fabricar un par, y así en vez de cambiarlos cada temporada podríamos usarlos un par de años más. Podría seguir por horas, pero creo que la idea está clara.
¿Y de qué sirve que yo no compre botellas de plástico si todo mundo lo hace? Bueno, pensando así sin duda nunca vamos a llegar a ningún lado. Como consumidores es momento de tomar decisiones sobre nuestra forma de consumo y entender el poder que nuestro comportamiento tiene en el marcado, pero para eso hay que tomar la decisión, que tal vez nos incomode un poco al principio, pero una vez tomada será mejor para todos. Y como diseñadores es sin duda momento de tomar algunas decisiones sobre nuestro trabajo. Crear objetos de calidad con los que las personas creen una conexión verdadera y no sean vistos como desechables, el uso correcto de materiales y contemplar no solamente la producción si no también el proceso de desecho de nuestros productos son cosas que conscientemente debemos de considerar a la hora de crear algo.
Los objetos siempre han tenido un papel importante en nuestra vida, y cualquier persona que me conozca sabe que en lo personal es un tema que me apasiona, hablan de quienes somos como sociedad en un momento específico, y la cuestión no es si los objetos son buenos o malos, si no la repercusión que tiene en la sociedad y el planeta el consumo desenfrenado de bienes. ¿Queremos que los objetos que estamos produciendo en este momento sean los últimos en la historia? ¿No preferiríamos que en 100 años fueran el reflejo de una sociedad que tomó una decisión de modificar su comportamiento?